Un principio tranquilo

En esa húmeda ciudad isleña casi todos los días amanecía nublado. Nubes bajas, que se movían rápido dejando ver de cuando en cuando un resquicio de sol, lo suficiente para confirmar que seguía allí y aún no se había consumido. Mas aquel día era diferente; por alguna razón las nubes no acudieron a su cita, y en su lugar apareció un sol resplandeciente, más propio de otras latitudes, que invitaba a recibirlo con la piel blanquecina del invierno.

Quizá la madrugada anterior había exhibido indicios de lo que se avecinaba, cuando todos los vehículos estaban cubiertos por una leve capa de rocío y éste a su vez inducía a las plantas a exhalar por todos sus poros el aroma que albergaban en su interior, creando así un perfume heterogéneo, cambiante en cada rincón de la calle, ora jazmín, ora rosas, ora simple verde descarado.

Así pues, a las seis de la tarde el calor se había cernido totalmente sobre la ciudad, invadiendo todos y cada uno de sus recovecos, incluso los que parecían al abrigo de los ataques aéreos, los subterráneos, atenazando a todo el que se encontraba en esas ubicaciones con un ambiente sofocante e irrespirable, y obligándolos a transpirar en un volumen superior al esperado en condiciones normales.

La solución eran otros medios de transporte, como por ejemplo los de dos pisos. Andó un poco por detrás de varias calles con edificios históricos, y poco después de la Catedral que salía en el grabado de la habitación de hace tantos años, encontró una parada a la sombra de árboles de verde, descarados. Y con el hielo picado y el extracto del cafeto pasaron algunos minutos, no se sabe cuántos, pero tampoco importaba, ya que no había prisa por llegar al destino y eso convierte a los minutos en irrelevantes (y también a las horas, si se da el caso).

Finalmente llegó uno con dos y tres, curiosamente vacío, esto podía haber sido bien porque no hubiera parado anteriormente, rechazando a sus posibles ocupantes, o porque nadie había querido ocuparlo, pero tampoco era de interés para el fin, lo importante era encontrar un asiento que satisfaciera los requisitos:

  • adecuada ventilación
  • vistas interesantes
  • poca probabilidad de tener que ser cedido

Primero se situó en uno del final, pero se dió cuenta de que el único requisito que se cumplía era el último, mas alguien liberó otro, y procedió a ocuparlo antes de que alguien más se adelantara.

Allí dejó pasar casi una hora de simple contemplación arquitectónica y costumbrista, sin ningún otro propósito más que el de dejar pasar casi una hora mientras se miraba por la ventana.

Y casi una hora después, el que llevaba dos y tres se detuvo y abrió sus fauces, bajando así algunos que habían estado incluso más de una hora. Lo cual demuestra que lo de que iba vacío era una generalización exagerada, pero que conste que no lo dije por mal sino por simplificaros el relato.

En el destino, lo que era un suave perfume de madrugada se había convertido en una autoafirmación sin lugar a dudas, exhibiendo violentamente sus cualidades intrínsecas de raíz, como diciendo: estoy aquí. Juegos de luz contra la cal blanca de las formas paralelepípedas con columnas, un final como otro cualquiera para estas líneas.