Ese pueblo repugnante

Normalmente no suelo recordar ese lugar más que en ocasiones extrañas e inesperadas. Por fortuna, va a hacer como un año que no piso su suelo y si lo hago es para ir a ver a mi madre, que vive allí.

Y me alegro mucho de no tener que frecuentar dicho lugar. Me sabe fatal por mi madre, todo sea dicho, porque en ese pueblo debe existir la concentración más elevada de personas egoístas por metro cuadrado sobre la faz del planeta.

¡Es tan lamentable tener tan malos recuerdos del 99% de la gente que conozco allí! Un hatajo de pretenciosos con afán de querer ser algo a toda costa, aunque eso implique machacar a los demás. Mala educación, malas maneras, incivismo, incultura, patanería, rotundamente: estupidez.

Por fortuna, hay excepciones, como la amiga Delfina.

Pero que de 30.000 habitantes sólo se salve uno, da una buena muestra del grado de depravación y decadencia al que se puede llegar cuando lo único que te preocupa en esta vida es tener un coche en el que ir a trabajar al Polígono, y una caseta junto a un buen montón más de casetas hacinadas como una colmena en un monte urbanísticamente desrregularizado, a lo viva la Pepa y olé.

¿Y cómo puede un pueblo de 30000 habitantes o más ser considerado como tal?, os preguntaréis. ¿No debería llamarse ciudad?

Quizá. Pero el concepto de ciudad induce a su vez el concepto de ciudadanos. Los ciudadanos son personas que ejercen su derecho a participación en los asuntos políticos, donde político se refiere a la ciudad (la polis ateniense).

Sin embargo, los habitantes de ese antro el único derecho que ejercen es el de rascarse la barriga y mirarse su propio ombligo, para acto seguido compararlo con el del vecino y ver si encuentran algo que criticar/envidiar/aniquilar. Los juzgados están llenos de demandas y pleitos de hermanos contra hermanos, vecinos contra vecinos, a ver quién saca más del prójimo, por las cuestiones más triviales e insospechadas. Que si me has quitado 0.5 metros aquí, que si la acera el ayuntamiento la ha movido 0.25m para beneficiarte a tí, blabla. Cualquier lugar público es aprovechado para marujear, cotillear y diseccionar la vida de los demás, sin que a nadie le incumba.

Según estos mentideros, por ejemplo, cuando yo tenía 15 años estuve una noche al mismo tiempo en tres lugares diferentes, con gente diferente y realizando acciones absolutamente dispares. A saber: en una esquina charlando con tres chicas, en un pub bebiendo, fumando e inyectándome droga en vena, y en mi casa durmiendo plácidamente (y esta es la realidad). ¿Acaso pedí ser protagonista de algo?

Como comprenderéis, con este panorama, ¿quién quiere volver a esa barbarie y esa burrera? Y como comprenderéis también, me toca las narices profundamente que me digan "que soy de allí". No, no soy de allí, no me considero despreciable e inmunda, ni egoísta ni avariciosa, y tengo más aspiraciones en la vida que salir en una comparsa de fiestas o trabajar en el Polígono. Y no lo echo de menos. No echo de menos tener que llamar a la policía porque el pub de la esquina no cumple ninguna ordenanza municipal en cuanto a ruidos. Ni echo de menos el no poder dormir durante las semanas de fiestas "porque son de fiestas" (aquí en Londres, a las 22h se cierra el chiringuito de las verbenas y se permite a los vecinos dormir plácidamente).

Cutres. Que son unos cutres. ¡Y viva el civismo europeo!